En Argentina, el poder no se pierde: se administra. Y cuando se lo retiene por demasiado tiempo, suele mezclarse peligrosamente con los intereses personales. Cristina Fernández de Kirchner, José Luis Gioja y Sergio Uñac comparten una historia atravesada por esa lógica: la del poder enquistado, de larga permanencia y escasa rendición de cuentas.
La expresidenta, emblema de un proyecto político que supo despertar lealtades y odios con la misma intensidad, tiene más causas judiciales que explicaciones claras. Su protagonismo en los últimos 20 años ha estado plagado de denuncias por corrupción estructural, obras públicas direccionadas, enriquecimiento sin justificar y la creación de un Estado paralelo al servicio de sus aliados. Aunque la Justicia argentina ha mostrado una innegable selectividad a la hora de juzgar el poder, hay datos que ni la épica ni el relato pueden tapar.
En San Juan, la historia se repite en pequeño. José Luis Gioja, tres veces gobernador, supo concentrar el poder con una habilidad que aún sus críticos reconocen. Pero en ese largo mandato también se incubaron vicios: contratos dudosos, manejos opacos de fondos públicos, y una maquinaria política que siempre giró en torno a su figura. Quienes alguna vez osaron correrse del libreto fueron silenciados, desplazados o difamados.
Sergio Uñac, su sucesor y adversario interno, pareció ofrecer una renovación. Pero con el tiempo, el “nuevo peronismo sanjuanino” demostró que los métodos eran los mismos, solo cambiaban las caras. Su gestión, hoy bajo la lupa por múltiples pedidos de informes, está marcada por la falta de transparencia, licitaciones direccionadas y una relación cada vez más tensa con la ciudadanía.
En todos estos casos, el denominador común es la impunidad sostenida por estructuras políticas que controlan, bloquean y condicionan la investigación judicial. El poder político se convierte en escudo, y la política en refugio personal.
La corrupción no es una casualidad. Es un sistema. Y se sostiene en la complicidad de sectores económicos, judiciales y mediáticos. Pero también en el silencio de una parte de la sociedad, resignada o cómplice.
Hoy más que nunca, cuando los discursos anticasta están en boca de quienes también administran privilegios, es necesario decir las cosas por su nombre: la corrupción no distingue ideologías. Solo necesita tiempo, impunidad y una ciudadanía anestesiada.
Cristina, Gioja, Uñac: tres nombres que ilustran cómo el poder en Argentina se recicla, se protege y muchas veces se perdona… pero rara vez se rinde ante la verdad.
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